Mi primo Esdras y yo veraneábamos en Acre. Nuestro lugar favorito de la Bahía de Haifa.
Aquel verano de 1983 no iba a ser distinto a los demás. Todas las mañanas atravesábamos la ciudad vieja hasta la costa, dejábamos nuestras sandalias en las rocas y nos metíamos al mar con las gafas, el tubo y las aletas.
No se podía esperar más de la vida. ¿O sí?
-¡Samuel!, ven, mira- dijo entrecortadamente Esdras, nada más sacar la cabeza del agua tras una larga zambullida.
-Mira allí abajo. ¿No ves algo brillante?-
Me ajusté las gafas un poco y metí la cabeza mientras pataleaba para mantenerme a flote.
-¿Dónde?-
-Ahí. Justo debajo de mis pies. Sigue mis pies.
El mar estaba algo agitado y era difícil ver nada con tantos vaivenes de las olas.
Volví a intentarlo.
-Eso es una lata o algo así-
-No. Baja. Baja conmigo-
Nos sumergimos.
San Juan de Acre.
En 1291 el sultán mameluco Al-Ashraf Khalil, asedió la ciudad de Acre hasta su completa rendición. Era el principio del fin para las Órdenes Cristianas en Tierra Santa. Tras Acre, caería Tartus y, finalmente, en 1302 el pequeño bastión de la isla de Arwad.
Desde que llegaron los colonos italianos a Acre todo fue a peor. Su falta de respeto hacia los mamelucos egipcios acabó en esta tragedia. Rompieron la tregua.
-¡Guillermo! ¡Ya están preparados los barcos!- Gritó Pedro de Sevrey.
Guillermo de Beaujeu era el Gran Maestre del Temple. Señor de Acre. Ahora señor de solo 200 de nosotros acuartelados tras la puerta de Maupas, al norte del barrio de Montmusard. Y, aunque aún erguido y sujetando la espada con su mano izquierda, estaba muerto desde hacía 16 minutos. Cuando una flecha le alcanzó el costado derecho.
-Avisad a Thibaud- Susurró.
Thibaud Gaudin, comandante del Temple y próximo Gran Maestre, era el elegido para trasladar nuestras Sagradas Reliquias hacia Sidón.
No quedaban más opciones: Jean de Villiers, Mariscal de la Orden del Hospital tras sustituir a Godofredo de Vendac, Mateo de Clermont, y el Maestre de la Orden de los Caballeros Teutónicos, Conrado de Feuchtwangen, hicieron hasta donde pudieron para contener la horda mameluca que atravesaba como un cuchillo candente la mantequilla de la ciudad.
Todos los hombres de Amalarico, de Juan de Grailly y de Otón de Grandson ya habían caído, junto a ellos mismos, defendiendo infructuosamente las Torres de San Nicolás, de la Condesa de Blois y del Rey Enrique, así como la barbacana del Rey Hugo. El buen trabajo de los zapadores musulmanes, así como la lluvia de rocas de las catapultas, saetas, jabalinas y flechas incendiarias, habían reducido todo a escombros y cenizas.
Extramuros estaba todo perdido desde el 5 de abril. Las máquinas de asedio La Victoriosa y La Furiosa habían hecho mella en las puertas de San Antonio y San Nicolás. Mandrones pesados construidos por los ejércitos de Hama y de Damasco que habían atravesado los muros sin piedad alguna.
La aterrorizada población que pudo huir se amontonaba en los muelles intentando caóticamente encontrar sitio en los pocos barcos disponibles.
Esa noche del 25 de mayo, tras casi dos meses de asedio, Thibaud Gaudin izó velas al amparo de la oscuridad. Hacia Sidón iban nuestras esperanzas, nuestras convicciones y nuestras reliquias más preciadas.
Tres días después, no existiría San Juan de Acre.
Pero Acre seguía existiendo, y Esdras y yo subíamos de nuevo tras casi dos minutos de inmersión. Jadeando mientras intentaba mantenerme a flote, le lancé la corroída lata a la cabeza.
-¡Ves, imbécil!, una lata de coca-cola.
No se sabe si lo que pudieron sacar de Acre los Templarios fueron sus sagradas reliquias porque nunca se ha encontrado el supuesto tesoro. Lo que sí es seguro es que llevarían consigo cientos de monedas de plata y oro que ellos mismos estuvieron acuñando durante años en todos sus territorios de Tierra Santa.
Las monedas emitidas por los estados cruzados eran una mezcla de imitaciones de moneda bizantina, islámica y franca.
Las monedas más tempranas de inspiración bizantina son las de Antioquía y Edesa, de Balduino y Roger de Salerno, usando la iconografía de la Virgen María; o de Tancredo, Bohemundo o Joselino, usando iconografía de Santos. Aunque la mayoría mostraban tipologías religiosas derivadas de los follis anónimos bizantinos del siglo XI. Con las emisiones de Ricardo III aparece una característica propia de los deniers francos: la inscripción circular en torno a la cruz cristiana.
Posteriormente, el denier anónimo con bustos de caballeros romantizados y perfiles cruzados se hizo presente entre las acuñaciones en Tierra Santa.
Y la influencia franca en las representaciones de un castillo tornés, se pudo ver en vellones de Sidón, Tiro, Acaya y Jerusalén para representar castillos, fortalezas, la Torre de David, la Cúpula de la Roca o el Santo Sepulcro.
Las cecas de Antioquía, Trípoli, Tiro y Acre se especializaron en imitaciones fatimíes y ayúbidas de dinares y dirhams. Al principio, usando un árabe ficticio en las monedas, para, posteriormente, ir acuñando versos de fe cristiana en un árabe medianamente legible mezclado con letras latinas.
Finalmente, Acre, reemplazó las leyendas y fechas islámicas por textos cristianos en árabe. Se mantuvo el diseño del dinar, pero añadiendo cruces y textos cristianos a sus bezantes:
Leyenda: “acuñado en Acre el 1251 de la encarnación del Mesías”
Centro: “Un Dios”
Círculo intermedio: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
Leyenda intermedia: “Estamos glorificados por la Cruz de Nuestro Señor Jesús el Mesías, de quien recibimos la salvación, la vida y la resurrección, y somos liberados y perdonados”
